Niño Emperador
En este primer artículo me gustaría abordar un tema que cada vez me encuentro más en terapia, se trata de familias con dificultades para gestionar las exigencias y emociones desajustadas de sus hijos. Es frecuente que los padres, debido a su amor hacia los más pequeños de la casa y con el fin de evitarles sufrimientos, se conviertan en padres sumisos y abnegados, les intentamos dar lo mejor, anticipándonos a sus necesidades y demandas. A pesar de realizarse con muy buena fe y cariño, estas conductas de tanta entrega hacia ellos puede generan en los menores sentimientos de prepotencia y narcisismo que se expresan con actitudes egoístas y autoritarias.
En estos últimos tiempos se ha puesto de moda el término de “niño emperador” para designar a estos niños maleducados, caprichosos y tiránicos, que les cuesta soportar un no y no saben donde están sus límites.
Esta actitud de padres excesivamente disponibles y generosos, con una educación demasiado permisiva, que anteponen a sus hijos y se olvidan de sus propias necesidades, pueden desarrollar en el menor el perfil de niño empoderado, narcisista, déspota y autoritario. Lo cual, en ocasiones ,se deriva en adolescentes o adultos con problemas de comportamiento, escasas relaciones sociales, déficit de asertividad y habilidades sociales.
En este sentido es importante trabajar en terapia el empoderamiento de los padres, devolviéndoles a su rol natural, ya que los niños o adolescentes no están capacitados para tener tanto poder en casa, no es algo que sepan ni deban gestionar, es un papel que les queda grande. Y de mantenerse en estas circunstancias, acaban expresándolo a través de algún síntoma como ansiedad, estrés, depresión, irritabilidad, consumo de tóxicos o incluso con agresiones verbales o físicas. No es extraño que estos menores sean capaces de golpear las puertas o destrozar su habitación si no encuentran su móvil, o que lleguen a agredir a sus padres (preferentemente la madre) si no les dan el dinero para comprar unos cascos. Por todo esto, en muchas ocasiones en terapia nos encontramos con progenitores y abuelos que se sienten amenazados por sus propios hijos o nietos.
A lo largo de la historia se ha extendido la metáfora de que los niños son como esponjas. En la actualidad podemos afirmar que los niños se asemejan más a la plastilina, podemos ayudarles a moldear una forma sana de sentirse a sí mismos y a los otros. Para ello, es importante que los padres seamos un buen modelo y no nos expongamos a sus deseos y caprichos de forma solícita y abnegada, dejando al lado nuestras propias necesidades.De esta manera se desarrolla la capacidad de espera, empatía por las emociones y necesidades de los otros y la tolerancia a la frustración, algo con lo que de adultos se toparán frecuentemente y para lo que es importante que se encuentren preparados.
Poner normas, reglas básicas, horarios y responsabilidades en el hogar familiar (con cariño y acompañándoles), es una manera natural y efectiva de inculcar valores a los menores y al mismo tiempo les ayuda a interiorizar una estructura que les resultará muy útil en su vida futura. La flexibilidad y adaptabilidad de los progenitores ayuda a que el menor entienda que es importante, pero hay otro que también lo es, y juntos debemos convivir en armonía y colaboración constante.